FE CONTRA TODO PRONÓSTICO

 

ESCUELA SABÁTICA

FE CONTRA TODO PRONÓSTICO

LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Salmo 119:162; Juan 16:13–15; 2 Pedro 1:20, 21; Efesios 2:8, 9; Romanos 3:23, 24; 6:15–18.

PARA MEMORIZAR:

 “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Sal. 119:11).

En el estudio de esta semana, con ejemplos de la Reforma, exploraremos de qué manera las enseñanzas transformadoras de las Escrituras ofrecen un verdadero significado para la vida. Comprender estas verdades eternas nos preparará para la crisis final en el gran conflicto entre el bien y el mal. La batalla que libraron los reformadores aún no ha terminado, y nosotros hemos sido llamados a retomarla donde ellos la dejaron.

ESPÍRITU DE PROFECÍA

A través de los siglos de persecución, lucha y tinieblas, Dios ha sostenido a su iglesia. Ni una nube ha caído sobre ella sin que él hubiese hecho provisión; ni una fuerza opositora se ha levantado para contrarrestar su obra, sin que él lo hubiese previsto. Debemos acercarnos más a Dios, ponernos en más íntima relación con el cielo y llevar a cabo los principios de la ley en las menores acciones de nuestra vida diaria a fin de ser espiritualmente sanos (Testimonios para la iglesia, t. 4, pp. 78, 79).

Deben ser decididos, firmes, resueltos, indómitos; empero la firmeza no debe degenerar en un espíritu autoritario. Dios quiere que todos los que le sirvan sean firmes como una roca, en cuanto a principios se refiere; pero mansos y humildes de corazón, como lo fue Cristo

SOLO LA PALABRA DE DIOS

Lee Salmo 119:103, 104, 147 y 162. ¿Cuál era la actitud de David hacia la Palabra de Dios? ¿Cómo influyó esto en los reformadores, y cómo influye en nuestra vida en la actualidad?

La Biblia era el fundamento de la fe de los reformadores y la esencia de su enseñanza. Comprendieron que estaban tratando con la inspirada “palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Ped. 1:23).

Las Escrituras irradian gozo a nuestro dolor, esperanza a nuestro desaliento, luz a nuestra oscuridad. Dan dirección a nuestra confusión, certeza a nuestra perplejidad, fortaleza a nuestra debilidad y sabiduría a nuestra ignorancia. Cuando meditamos en la Palabra de Dios y confiamos por fe en sus promesas, el poder vivificador de Dios vigoriza todo nuestro ser, física, mental, emocional y espiritualmente.

La pasión de John Wycliffe era traducir la Biblia al inglés a fin de que la gente común pudiera leerla y entenderla. Como eso era ilegal, fue juzgado por su fe, condenado como hereje y sentenciado a muerte. En su juicio, Wycliffe hizo un serio llamado: “‘¿Contra quién piensan que están contendiendo? ¿Contra un anciano que ya está al borde del sepulcro? ¡No!, ¡contra la Verdad!; ¡la Verdad que es más fuerte que ustedes y que los vencerá!’” (Wylie, lib. 2, cap. 13, citado en Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 97).

ESPÍRITU DE PROFECÍA

El gran principio que sostenían estos reformadores el mismo que sustentaron los valdenses, Wiclef, Juan Hus, Lutero, Zuinglio y los que se unieron a ellos era la infalible autoridad de las Santas Escrituras como regla de y práctica… La Biblia era su autoridad y por las enseñanzas de ella juzgaban todas las doctrinas y exigencias.

La Biblia presenta una perfecta norma de carácter; es un guía infalible en todas las circunstancias, aun hasta el fin del viaje de la vida (My Life Today, p. 25; parcialmente en Mi vida hoy, 21 de enero, p. 29).

El Señor Jesús dijo de las Escrituras del Antiguo Testamento, y cuánto más cierto es esto acerca del Nuevo: «Ellas son las que dan testimonio de mí», (Juan 5:39) el Redentor, Aquel en quien se concentran vuestras esperanzas de la vida eterna.

TRANSMITIR LA PALABRA DE DIOS

Lee 2 Corintios 4:1 al 6 y 2:14. ¿Qué nos dicen estos pasajes acerca de la confianza que tenía Pablo, a pesar de los desafíos que enfrentaba al proclamar la verdad de la Palabra de Dios?

El apóstol Pablo enfrentó dificultades abrumadoras en su tarea de difundir el evangelio; sin embargo, tenía la confianza de que la Palabra de Dios acabaría triunfando, “porque”, como dijo, “nada podemos contra la verdad, sino solo en favor de la verdad” (2 Cor. 13:8).

El mayor deseo de Tyndale era dar a Inglaterra una traducción exacta y legible de la Biblia. Decidió traducir la Biblia a partir de los idiomas originales y corregir algunos de los errores de la traducción de Wycliffe de hacía doscientos años. Finalmente, Tyndale también fue arrestado y juzgado Sus últimas palabras fueron pronunciadas con celo a viva voz y se describen como: “Señor, abre los ojos del rey de Inglaterra”. Dios respondió milagrosamente a la oración de Tyndale.

la versión King James celebró su 400º aniversario, y superó el hito de los mil millones de Biblias impresas. Al haber sido traducida a 2.454 idiomas, ha impactado a decenas de millones de personas en todo el mundo.

ESPÍRITU DE PROFECÍA

La siembra de la semilla del evangelio no tendrá éxito a menos que esa semilla sea vivificada por el rocío del cielo. Antes que un solo libro del Nuevo Testamento fuese escrito, antes que se hubiese predicado un sermón evangélico después de la ascensión de Cristo, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles que oraban. Entonces el testimonio de sus enemigos fue: «Habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina». Hechos 5:28 (El Deseado de todas las gentes, p. 626).

El Señor se manifestó a Abraham, y le dijo: «Yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande». Génesis 15:1. Este es el galardón de todos los que siguen a Cristo. Verse en armonía con Jehová Emmanuel, «en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» y en quien «habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad» (Colosenses 2:3, 9)

ILUMINADO POR EL ESPÍRITU

Lee Juan 14:25-26; 16:13-15; 2 de pedro 1:20-21

Lo excepcional de estos versículos es la seguridad de que el mismo Espíritu Santo que inspiró a los autores de la Biblia nos guía a nosotros cuando leemos las Escrituras.

Hay un interesante intercambio registrado entre John Knox, el reformador escocés, y María, reina de Escocia. “María respondió: ‘Usted interpreta las Escrituras de un modo, y ellos [los maestros católico-romanos] las interpretan de otro; ¿a quién creeré y quién será juez [en este asunto]?’”

El reformador contestó: “‘Debe creer en Dios, que habla con sencillez en su Palabra; y más de lo que la Palabra le enseñe, no debe creer ni a unos ni a otros. La Palabra de Dios es clara en sí misma; y si parece haber oscuridad en algún lugar, el Espíritu Santo, que nunca se contradice a sí mismo, lo explica con más claridad en otros lugares, de modo que no queda lugar a duda sino para quien decide, obstinadamente, permanecer ignorante’” (David Laing, The Collected Works of John Knox, t. 2, pp. 281, 284, citado en Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 293).

ESPÍRITU DE PROFECÍA

Sólo se puede obtener un verdadero conocimiento de la Biblia mediante la ayuda del Espíritu que dio la Palabra. Y a fin de obtener ese conocimiento debemos vivir de acuerdo con él. Debemos obedecer todo lo que la Palabra de Dios manda. Podemos reclamar todas sus promesas. Mediante su poder, debemos vivir la vida que ella recomienda. Sólo si se la considera de este modo, se la puede estudiar eficazmente (La educación, p. 189).

La predicación de la palabra sería inútil sin la continua presencia y ayuda del Espíritu Santo. Este es el único maestro eficaz de la verdad divina. Únicamente cuando la verdad vaya al corazón acompañada por el Espíritu vivificará la conciencia o transformará la vida. Ningún grado de educación ni ventaja alguna, por grande que sea, puede hacer de uno un conducto de luz sin la cooperación del Espíritu de Dios (El Deseado de todas las gentes, pp. 625, 626).

SOLO CRISTO… SOLO LA GRACIA

Lee Efesios 2:8 y 9; y Romanos 3:23 y 24; 6:23; y 5:8 al 10. ¿Qué enseñan estos versículos sobre el Plan de Salvación?

Dios proveyó la salvación como un regalo. Su Espíritu nos lleva a aceptar por fe lo que Cristo ha provisto gratuitamente mediante su muerte en la Cruz. Jesús, el divino Hijo de Dios, ofreció su vida perfecta para expiar nuestros pecados. La Biblia es clara. Con nuestras decisiones pecaminosas, no alcanzamos el ideal de Dios para nuestra vida. Hemos pecado. Abandonados a nuestra suerte, no podemos satisfacer las justas exigencias de un Dios santo. Como resultado, merecemos la muerte eterna.

Al leer el Nuevo Testamento, Lutero se sintió abrumado por la bondad de Dios. Le asombraba el deseo de Dios de salvar a toda la humanidad. La visión popular que enseñaban los líderes eclesiásticos de la época era que la salvación era en parte obra humana y en parte obra de Dios. Lutero descubrió que la muerte de Cristo en la Cruz era suficiente para toda la humanidad.

ESPÍRITU DE PROFECÍA

Cristo sufrió en lugar del hombre en el huerto de Getsemaní, y la naturaleza humana del Hijo de Dios vaciló bajo el terrible horror de la culpabilidad del pecado, hasta que de sus pálidos y vacilantes labios brotó el clamor agonizante: «Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa», pero si no hay otra forma por la cual pueda alcanzarse la salvación del hombre caído, entonces «no sea como yo quiero, sino como tú».

El poder que infligió la justicia retributiva al Sustituto y Garantía del hombre, fue el poder que mantuvo y sostuvo al Doliente bajo el tremendo peso de la ira que habría caído sobre un mundo pecador. Cristo sufría la muerte que correspondía a los transgresores de la ley de Dios (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 5, p. 1078).

Pero abrigaron una constante fe en Cristo. En ellos moraba su Espíritu, y realizaron espontáneamente para Cristo, en la persona de sus santos, aquellos servicios que producen una recompensa segura. Lo que hicieron fue llevado a cabo por amor a Cristo y a sus semejantes, y Aquel que se había identificado con la humanidad sufriente consideró estos actos de amor y compasión como si hubieran sido hechos para él (Exaltad a Jesús, 25 de noviembre, p. 337).

LA OBEDIENCIA: EL FRUTO DE LA FE

Lee Romanos 3:27 al 31; 6:15 al 18; y 8:1 y 2. ¿Qué nos enseñan estos versículos sobre la salvación solo por la justicia de Cristo?

La gracia de Dios nos cambia. Cierto día, John Wesley asistió a una reunión morava en Londres. Wesley quedó asombrado mientras escuchaba la lectura de la introducción de Lutero a Romanos. Exclamó: “Sentí que confiaba en Cristo, solo en Cristo para la salvación; y tuve la seguridad de que él había quitado mis pecados, aun los míos, y me había salvado de la ley del pecado y de la muerte” (John Whitehead, The Life of the Rev. John Wesley, M.A. [Londres: Stephen Couchman, 1793], p. 331).

Lee 1 Pedro 2:2; 2 Pedro 3:18; Colosenses 1:10; y Efesios 4:18 al 24. ¿Qué verdades vitales revelan estos pasajes sobre la vida cristiana?

Los reformadores estudiaban sistemáticamente la Palabra para descubrir más verdades. No contentos con el statu quo, ni con una experiencia religiosa rígida con poco o ningún crecimiento, anhelaban constantemente conocer mejor a Cristo.

Cuando los expulsaban de sus hogares, buscaban una ciudad “cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Heb. 11:10). Cuando los torturaban, bendecían a sus torturadores, y cuando languidecían en oscuras y húmedas mazmorras, reclamaban las promesas de Dios de un mañana mejor. Aunque su cuerpo estaba confinado, eran libres: libres en Cristo, libres en las verdades de su Palabra, libres en la esperanza de su pronto regreso.

ESPÍRITU DE PROFECÍA

Cuando renunciamos a nuestros pecados y recibimos a Cristo como nuestro Salvador, la ley es ensalzada. Pregunta el apóstol Pablo: «¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley». Romanos 3:31. La promesa del nuevo pacto es: «Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré». Hebreos 10:16.

No se ha suprimido un mandamiento, ni una jota o una tilde se ha cambiado. Estos principios que se comunicaron a los hombres en el paraíso como la ley suprema de la vida existirán sin sombra de cambio en el paraíso restaurado. Cuando el Edén vuelva a florecer en la tierra, la ley de amor dada por Dios será obedecida por todos debajo del sol (El discurso maestro de Jesucristo, p. 47).

Ante la cruz el pecador observa toda la desemejanza de su carácter al de Cristo. Ve las terribles consecuencias de la transgresión; odia el pecado que ha practicado antes, y se aferra de Jesús por medio de una fe viviente.

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